Ser exitoso, alcanzar un pleno desarrollo profesional, lograr objetivos, son metas que siempre estuvieron presentes en la historia humana. Pero son conceptos que, en realidad, tienen distinto significado de acuerdo con la época. Un par de generaciones atrás, un joven profesional que daba sus primeros pasos en el mundo laboral aspiraba a una buena calidad de vida, niveles de consumo altos, en espejo con sus superiores. En las pocas encuestas de satisfacción que existían entonces, objetivos más trascendentes, colectivos, aparecían poco.

No es que las personas fueran mejores o peores que ahora. Simplemente, las ambiciones profesionales iban por un camino y los ideales encontraban otros canales de realización colectiva: la familia, las asociaciones civiles, la Iglesia, etcétera. Hoy, los jóvenes emprendedores, empresarios o trabajadores del sector privado, tendemos a buscar además una conexión directa entre el mundo laboral y nuestras vidas personales: sentimos que lo que hacemos todos los días debe tener un propósito trascendente.

Esto es un fenómeno relativamente nuevo, que comenzó a aparecer en los estudios sociológicos de mediados de la década pasada. Los denominados millennials ya no aspiraban solamente a objetivos de realización profesional vinculados a lo material. Querían trabajar en empresas con propósito, que tuvieran objetivos sociales, ambientales, de relación positiva con la comunidad. Y comenzó un tránsito de talentos a las compañías que, además de los beneficios materiales, ofrecían este tipo de recompensas simbólicas.

Se tiende a pensar a veces que todo es parte de un plan, que está orquestado, etc. Pero son tendencias que se van gestando con los años y obedecen más a corrientes subterráneas, difíciles de identificar, que a conspiraciones organizadas por alguien. Y las empresas deben adaptarse. Si quieren captar talento joven, necesitan ofrecer lo que ese talento joven busca: un propósito.

Enrique Shaw, empresario argentino, fundador de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa hace más de 70 años ya planteaba que la empresa debe entenderse como un espacio para educar, vivir y desarrollarse, es decir que cumpla con la función social de cada persona. Como dirigente se preguntaba el qué y el cómo de una empresa, pero fundamentalmente el “para qué”, en términos de su función primordial, como ámbito desarrollador de talentos. Y consideraba que el límite de la rentabilidad en una empresa es la dignidad del trabajador. En este sentido, su pensamiento fue pionero en el campo de la responsabilidad social, porque priorizó la orientación al “bien común” como razón de ser de la empresa que le otorga legitimidad como institución en la sociedad.

Estos valiosos conceptos son hoy parte de la narrativa del mundo corporativo y el éxito de las empresas se mide también en función de si cumplen o no con esos objetivos sociales, que son, en definitiva, los de los colaboradores que las integran. Pero las dinámicas sociales son eso, dinámicas. Lo que hoy es un valor, mañana puede no serlo. Es trabajo de nosotros, los jóvenes, es vincularnos, movilizarnos, para que esto que hoy empieza a ser sentido común, lo sea también para las futuras generaciones.

El autor es presidente de la 33° Jornada Anual ACDE Joven #Argenthink 2024

Juan Pablo Carrera